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jueves, 2 de junio de 2011

demandas y funcionalidad

Dadas las complejas características del fenómeno arquitectónico, son múltiples los métodos de conocimiento con que los estudiosos se acercan a él, según valoren preferentemente uno u otro de sus elementos o factores. Las doctrinas más conocidas, son entre otras: le funcionalismo, las teorías espacialistas, las interpretaciones positivistas y las formalistas.

El Funcionalismo, formulado por Louis H. Sullivan (1856-1924) en sus obras Kindergarten Chats (1901-1902) y The Autobiography of an Idea (1922-1923), afirma que en toda experiencia verdadera de la arquitectura la forma viene determinada por su función, adecuándose perfectamente a ella. Su máxima fue Form follows function, o sea, la forma sigue a la función. Pero no existe una sola definición de funcionalismo. La función existencial de la arquitectura, tal vez una de las más importantes, es aquella que brinda al hombre un lugar para existir, para habitar (Christian Norberg-Schulz). La funcionalidad técnica, por su parte, es la perfecta adecuación de la forma a la función y es a ella a la que se refería fundamentalmente Sullivan. La funcionalidad utilitaria es la que viene dada por el uso al que se destina el edificio. Toda arquitectura se debe lógicamente al uso del edificio y, si no es útil para aquella utilización para la que ha sido concebido, aquella construcción ha de considerarse fracasada.

Las funciones de la arquitectura no se agotan en su versión existencial, técnica o funcional; existe también una función íntimamente ligada a la idea de significado. Es decir, existen arquitecturas que tienen como función la comunicación de determinados mensajes ideológicos. Pero por encima de todas las funciones de la arquitectura, el arquitecto Alvar Aalto da preeminencia a la atención al ser humano. Humanizar la arquitectura fue una de las máximas, y aun él está de acuerdo con los postulados funcionalistas, afirma que el funcionalismo técnico no puede definir la arquitectura.

En la definición más corriente de funcionalidad, la de la perfecta adecuación de la forma a la función, la forma queda reducida al medio para obtener la función; no es un objetivo en sí misma, sino un mero agente. El funcionalismo debe contemplarse como una reafirmación de los valores puramente arquitectónicos (espacio, volumen, ...) frente a los pictóricos y escultóricos (tratamiento superficial de los muros, decoraciones...) que habían invadido el campo de la arquitectura.

En la verdadera arquitectura la forma es inseparable de la función y, según los funcionalistas, la experiencia estética de una arquitectura se identifica con la experiencia de la función. La utilidad es una de las propiedades fundamentales de un edificio, y éste no puede ser comprendido si no se toman en consideración sus aspectos funcionales. Los criterios funcionalistas no bastan para definir la naturaleza de la arquitectura, puesto que son aplicados a posterior, como una doctrina crítica, en el análisis de la adecuación del edificio, una vez construido, a la función para la que ha sido creado.

Otro grupo metodológico es el integrado por aquellas teorías que consideran que la esencia de la arquitectura es el espacio. Como señala Bruno Zevi en su obra Saper vedere l'architettura (1948), ya Focillón (1881-1943) había intuido esa idea al afirmar que «... es tal vez en la amsa interna donde reside la profunda originalidad de la arquitectura como tal». Pero quien realizó por primera vez una clara interpretación espacial de la arquitectura a lo largo de la historia fue Alois Riegl en Die Spätrömische Kunsindustrie nach den Funden in österreich (La producción artística romana tardía según los hallazgos en Austria, 1901). Esta concepción se impuso con fuerza a partir de la publicación de las obras de Heinrich Wölfflin y Paul Frankl, y ha sido defendida con entusiasmo por Bruno Zevi, Francastel y Siegfried Giedion. Todos ellos buscan el elemento caracterizador de la arquitectura en algo ajeno a la función. Pero el espacio por sí solo tampoco puede explicar todo el valor de un edificio. Si realmente sólo contara el espacio interior, contenido por los muros, no importaría la calidad de éstos, su material, sus formas esculpidas o modeladas, la ornamentación, la luz que incidiera sobre ellos, no importaría siquiera su existencia ya que, como afirma Roger Scruton en su obra La estética de la arquitectura (1985), en el espacio sin límites estarían contenidas todas las formas posibles de espacios interiores, incluso las más perfectas.

Aun cuando Bruno Zevi afirma que «... la esencia de la arquitectura no reside en la limitación material impuesta a la libertad espacial, sino en el modo en que el espacio queda organizado en forma significativa a través de este proceso de limitación... las obstrucciones que determinan el perímetro de la visión posible, más que el "vacío" en que se da esta visión», no omite el estudio de esos límites, del mismo modo que Siegfried Giedion, al tratar la teoría espacialista, no deja de conectarla con un cierto análisis histórico. En la opinión de este último, se dan tres etapas en el desarrollo de la arquitectura. Una primera, en que el espacio adquiere realidad por la interacción de volúmenes (Egipto, Sumer, Grecia...), época en que no se tenía en cuenta el espacio interior y se prestaba especial atención al exterior. La segunda fase comienza con el Imperio Romano y representa la conquista del espacio interior y, finalmente, la tercera que se inicia a comienzos de nuestro siglo XX y que, como resultado de la revolución óptica que representó el Cubismo al acabar con la perspectiva de punto de vista único, inició las relaciones entre espacio interior y espacio exterior. Lo cierto es que el espacio, si bien es condición necesaria para la existencia de la arquitectura, no agota su experiencia ni su sentido.

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